sábado, 13 de febrero de 2010


Puedes conocer una ciudad tan sólo visitando el “mercado”… acá hay pescados gigantes, pimientos naranjos, choclos con el manso ni que diente y cachureos por mil… la mayoría oxidados… los gatos son dóciles… los platos contundentes… hay una mezcla de olor a carne putrefacta y mangos… hay mezcla de todo… las palomas son todas punkies y los perros son todos rastas… la mar lo impregna todo y la gente funciona en cámara lenta… con descansos eternos… hay una guagua con el pelo muy naranjo en los brazos de un hombre moreno hasta los huesos… te cruzas con las señoras aloladas y los viejos verdes y pasa el vendedor de empanadas “chilenas… con carne argentina, condimento peruano y harina boliviana”…  cuelga ropa y plasticos por todas partes… el aire tibio se mezcla con un sin fin de aromas… la mayoría agradables pero muy pregnantes… hay unos callos de pollo que en mi vida había visto y condimentos picantes del altiplano…

La vieja de los pescados los pela y troza con una facilidad que me quedo parada por un buen rato mirándola… mientras el viejo pregunta si queremos pescado rosado o blanco… le compré a otro viejo unas litografías de coca cola… adornarán quizás algún día mi cocina… hay matas de cilantro junto a los tomates… y un gato rucio de una casa esquina que sale todos los días a saludarnos…  hay unos pájaros negros gigantes que chillan igual que chanchos y una calle en donde el tiempo se detuvo para siempre con unos viejos cantando boleros… todo los caminos llevan a la playa… y la mezcla de acentos me tiene cautivada… me acordé del día en que probé la carne de tiburón, no tenía, según yo ninguna diferencia… excepto que era más consistente que el pescado común y corriente… y compramos jugos exóticos a un ecuatoriano en una feria que con un saludo caribeño nos entregó “poder”… 

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